– ¿Cómo estás? – preguntó su madre,
apoyando una mano en su hombro.
– Bien, supongo – contestó Andrés.
Su madre siempre había sabido que él estaba enamorado de Laura y ser testigo de
toda la situación casi le había dolido más a ella que a él –. Ya se me pasará…
Tampoco es que pueda hacer nada.
– Quizá sí haya algo que pueda hacer yo –
propuso su madre. Siempre le había gustado mimar a sus hijos, y más cuando
éstos estaban atravesando una mala racha –. ¿Quieres que te traiga ese helado
de brownie que tanto te gusta?
– No te preocupes, mamá, no hace falta.
– Está bien, hijo – y lo dejó solo
en la habitación. Andrés sabía que iría igualmente a por el helado y que él se
lo comería igualmente. Como solía decir Laura, el helado está tan bueno que se
puede comer aunque sea invierno. Y
aunque estés deprimido, añadió mentalmente Andrés.
Se tumbó bocarriba en la cama, mirando
cómo las aspas del ventilador daban vueltas. Suspiró. Hacía demasiado calor y
el aire que se movía estaba caliente. Así no podría dormir. Maldita ola de
calor. Suspiró de nuevo y se levantó.
Encendió el portátil. Internet. Facebook.
Laura Ramírez. Bajó la pantalla de un manotazo y se tumbó de nuevo en la cama.
Cogió el móvil, abrió Instagram y apareció una foto de Jorge en el parque.
Sesenta “Me gusta” y un comentario: “Bonita foto :D”. Era de Laura. Bloqueó el
móvil y lo dejó caer sobre su estómago. Suspiró.
Intentó de nuevo conciliar el sueño y, a
poco de conseguirlo, entró su madre por la puerta.
– Hola, cariño. Mira lo que traigo –
dijo, y alzó una tarrina de helado y una cuchara sopera.
Andrés se incorporó, cogió el helado y la
cuchara y le dio las gracias. En cuanto ella cerró la puerta tras de sí, empezó
a comérselo. Paró un momento para abrir de nuevo el portátil y poner una de las
películas de Harry Potter. Siempre le había gustado la historia del niño mago y
esta vez le serviría para aislarse de todo lo que había pasado en las últimas
veinticuatro horas.
En cuanto terminó, volvió de golpe a la
realidad. Todo el enfado y la ira que se habían mantenido escondidos durante el
día le llegaron de golpe. Agarró el teléfono, lo desbloqueó con furia y le
mandó un mensaje a Laura: “Espero que lo estéis pasando bien.”. El punto final
del mensaje era la clave, era su señal para indicar que no estaba contento y
ella lo sabía.
Apagó el teléfono, dejó el ordenador
sobre el escritorio y se acostó sobre un lado, arrepintiéndose de lo que
acababa de hacer. Mientras se debatía entre encender de nuevo el móvil para ver
si Laura había contestado o dejarlo para la mañana siguiente, se quedó dormido.
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