lunes, 31 de agosto de 2015

¿Quién lo hubiera dicho? - Capítulo 3


La intensa luz que entraba por la ventana sacó a Andrés del sueño. Se giró sobre su costado y sonrió por lo cómodo que estaba.

– ¡Mierda! – de repente se dio cuenta de lo que había hecho la noche anterior. Se levantó corriendo y, aún con las sábanas enredadas entre las piernas, cogió el móvil y lo encendió –. ¡Dios mío! ¿Pero por qué es tan lento este móvil? – exasperado, empezó a dar vueltas por la habitación. Introdujo el PIN en cuanto pudo y esperó.

Un mensaje de Laura:

“Pues la verdad es que sí!”.

Y una carita sonriente.

¿Qué quería decir eso? ¿Era irónico, restregándole lo bien que se lo estaba pasando ella? ¿O era sincero y simplemente no se había dado cuenta del discreto pero significativo punto y final? El emoticono cambiaba totalmente el sentido de la frase, pero Andrés no sabía cómo.

Empezó a dar vueltas por la habitación, pensando en qué contestar. Quizá lo mejor fuera decírselo, confesarle que llevaba enamorado de ella años, y así terminar con el problema de raíz. No era la primera vez que esa idea le rondaba la mente.

<< Cálmate, Andrés >>, se dijo tras darse cuenta de la locura que supondría hacer eso. Respiró hondo y se sentó en la cama. Se quedó mirando el móvil fijamente, como si éste fuera a darle la respuesta que necesitaba.

 Finalmente, decidió mandar un pequeño mensaje diciendo que se alegraba. Así, si a Laura le daba por preguntar a qué venía el punto y final, podría decir que sólo se trataba de una errata y que verdaderamente le hacía feliz que ellos dos fueran felices.

Dejó el móvil sobre la mesilla, se desperezó y se levantó de la cama. Fue al baño a asearse y se miró en el espejo. El pelo, rizado y negro, era la viva imagen del caos, << como si me hubiera lamido una vaca por la noche >>, pensó; los ojos, del color de las uvas según su madre, estaban hinchados; y algunos restos de brownie en la comisura de la boca delataban el crimen dietético que había cometido la noche anterior.

Se peinó como buenamente pudo, se lavó la cara y los dientes y bajó a desayunar. Su madre le esperaba con una montaña de tortitas en la mesa y un bote de crema de cacao.

– Mamá… – suspiró – Gracias, pero yo no puedo con tantas tortitas.

– Lo sé, lo sé. Es que tienes visita.



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