La intensa luz que entraba por la ventana
sacó a Andrés del sueño. Se giró sobre su costado y sonrió por lo cómodo que
estaba.
– ¡Mierda! – de repente se dio
cuenta de lo que había hecho la noche anterior. Se levantó corriendo y, aún con
las sábanas enredadas entre las piernas, cogió el móvil y lo encendió –. ¡Dios
mío! ¿Pero por qué es tan lento este móvil? – exasperado, empezó a dar vueltas
por la habitación. Introdujo el PIN en cuanto pudo y esperó.
Un mensaje de Laura:
“Pues la verdad es que sí!”.
Y una carita sonriente.
¿Qué quería decir eso? ¿Era irónico,
restregándole lo bien que se lo estaba pasando ella? ¿O era sincero y simplemente
no se había dado cuenta del discreto pero significativo punto y final? El
emoticono cambiaba totalmente el sentido de la frase, pero Andrés no sabía
cómo.
Empezó a dar vueltas por la habitación,
pensando en qué contestar. Quizá lo mejor fuera decírselo, confesarle que
llevaba enamorado de ella años, y así terminar con el problema de raíz. No era
la primera vez que esa idea le rondaba la mente.
<< Cálmate, Andrés >>, se
dijo tras darse cuenta de la locura que supondría hacer eso. Respiró hondo y se
sentó en la cama. Se quedó mirando el móvil fijamente, como si éste fuera a
darle la respuesta que necesitaba.
Finalmente, decidió mandar un pequeño mensaje
diciendo que se alegraba. Así, si a Laura le daba por preguntar a qué venía el
punto y final, podría decir que sólo se trataba de una errata y que
verdaderamente le hacía feliz que ellos dos fueran felices.
Dejó el móvil sobre la mesilla, se
desperezó y se levantó de la cama. Fue al baño a asearse y se miró en el
espejo. El pelo, rizado y negro, era la viva imagen del caos, << como si
me hubiera lamido una vaca por la noche >>, pensó; los ojos, del color de
las uvas según su madre, estaban hinchados; y algunos restos de brownie en la comisura de la boca
delataban el crimen dietético que había cometido la noche anterior.
Se peinó como buenamente pudo, se lavó la
cara y los dientes y bajó a desayunar. Su madre le esperaba con una montaña de
tortitas en la mesa y un bote de crema de cacao.
– Mamá… – suspiró – Gracias, pero yo no
puedo con tantas tortitas.
– Lo sé, lo sé. Es que tienes visita.
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